Una noche de 1991, Fito Gallegos sacó en carretilla los archivos judiciales de 1863 de los tribunales y los guardó por veinte años en el subterráneo de su casa.
Los salvó de ser quemados y que con ellos desapareciera la historia no contada de Angol y la Araucanía.
Su hija, Gabriela Gallegos, cuenta el amor de su padre por la radio, por el dato exacto, por los libros y por la historia.
«Hugo “Fito” Gallegos Bravo fue mi padre. Mi viejo tenía el pelo frondoso, ojos celestes y la piel muy blanca. Yo siempre lo encontré lindo.
Él sólo salió de Angol para estudiar. Cuando egresó de humanidades, quería tener una emisora de radio. Mi abuela le dijo que no tenían los medios para comprar una.
Decidió estudiar electrónica y fabricar su propio equipo. No quedó a la primera. Tuvo que estudiar pedagogía en matemáticas, después le alcanzó para matricularse en física, hasta que por fin ingresó a ingeniería electrónica en la Universidad de Chile, en Temuco.
El Fito creó la primera radio FM de Angol, la “Nahuel”. Armó después la “Alonso de Rivera”, en Nacimiento. En 1987, el gobierno militar cerró ambas radios. Mi papá no era un disidente, pero le daba tribuna a quien quisiera hablar. Eso no les gustó. Algo hizo para recuperarlas, pero mandó todo a la punta del cerro y no habló más del tema. Es que le pisotearon el orgullo y le mataron su sueño.
“Con ese hombre me voy a casar”
Margarita Melo Muñoz estuvo enamorada de mi papá toda su vida. Se conocieron en Angol. Mi mamá estudiaba en la Escuela Normalista y terminó en la Universidad de Concepción. Un día vio pasar al Fito y pensó: “Con ese hombre me voy a casar”. A los seis meses estaban casados por el civil y por la iglesia.
Cuando mi papá murió el 31 de marzo de 2022, había cumplido 48 años de matrimonio. Somos tres hermanos, dos mujeres y un varón. Soy la menor, me llamo Gabriela Gallegos Melo, y estudié trabajo social en Angol.
Los archivos judiciales en carretilla
Desde niño, el Fito pedía que le regalaran libros. No fue un gran estudiante, ni un alumno brillante, pero llegó a tener una biblioteca grande que no cabía en la casa. Una señora le preguntó si podía ver los libros y él decidió abrir la biblioteca y comenzó a funcionar para los angolinos.
Cuando clausuraron las radios, el papá se dedicó a la historia. Coleccionó monedas, billetes, armas… Un día, el juez de garantía de la época le comentó: “Hay unos archivos en el depósito del juzgado que te pueden interesar, pero no puedes tener acceso a ellos”. Le nombró algunas cosas y mi papá quiso leerlo todo.
Un día de 1991 avisaron que había orden de quemar las causas que tenían más de 10 años. El Fito se puso de acuerdo con el guardia. Llevó diarios y eso fue lo que tiraron al fuego. Acarreó una parte de las expedientes en carretilla y otra parte en auto. No sé cuántos viajes hicieron entre el Juzgado y mi casa que estaba a dos cuadras de distancia, en la calle Manuel Jarpa Nº 650. Fueron cuatro toneladas de papeles y quizás más.
Veinte años en un subterráneo
Todo fue a parar a nuestro subterráneo. Era del tamaño de la casa que había sido de mis abuelos y el lugar más seguro que teníamos. Mi papá pasó 20 años allí. Sacaba un legajo, lo estudiaba, escribía y lo volvía a guardar. Terminó con las manos destruidas, con llagas por los ácaros. Comenzó a usar guantes de látex a los que cortaba la punta de los dedos, dejando solo cubierto el dedo que tenía herido. ¡Hasta ratones secos encontró entre las hojas de los archivos!
No fue fácil para él entender lo que decían los documentos. La caligrafía y el modo de hablar eran antiguos. Andaba con una lupa y nos preguntaba qué letra crees que es. Cuando lograba descifrar el texto, transcribía los documentos.
El Fito daba los datos exactos: “En el libro de historia mapuche en la página 54, en el tercer párrafo dice comillas” y recitaba lo que decía. No cabía en él un parece o un puede ser. Viajó a Santiago varias veces para revisar el Archivo Nacional y recuperar la parte de la historia que faltaba.
La historia mal contada
El decía que le contaron mal la historia. Que le habían enseñado que los mapuche eran borrachos, delincuentes, flojos y que quisieron vender. Pero por estas causas se dio cuenta de las injusticias que se cometieron con ellos, los engaños burdos que usó el Fisco para comprarles y cómo los estafaron. Lo que mi papá halló fue el relato del Poder Judicial a través de la cosa juzgada.
Hay muchas historias. Por ejemplo, en el fuerte de Lumaco hubo un intento de rebelión que llevó a que los militares mataran a once mapuche inocentes. El relato de los soldados es muy triste. Sabiendo que las personas presas no tenían nada que ver y que de manera respetuosa pidieron que los dejaran libres, los mataron por la espalda.
La Historia de la Propiedad en la Araucanía
Mi papá es el autor de la “Historia Alfabética de Angol y Malleco 1553-2013”. Son once tomos publicados y 3.040 páginas. Nosotros no tenemos ninguno, sólo nos quedamos con el borrador que está completo. Vendió el libro en verde y lo estafaron. La pelea con la editorial duró una eternidad. Logramos algunos volúmenes a punta de abogados. Estas peleas lo frustraban mucho y lo único que lo movía al final era cumplir con la gente que le había pagado el libro por anticipado. Trabajó 40 años en ese texto que ordena la historia de Angol de manera alfabética. Si quieres saber la historia de los carabineros en Angol, te vas a la letra C.
Usaba dos dedos para teclear su máquina de escribir. Así escribió la “Historia de la Propiedad”, donde describió las primeras compras y ventas de terreno que hizo el Fisco, desde 1863 en adelante, a los caciques mapuche en la Araucanía. Alcanzó a digitalizar esta obra y la inscribió también a su nombre.
Los archivos se salvan del fuego por segunda vez
A mi papá le empezó a rondar la idea de mostrar todo lo que teníamos entre cuatro paredes. La verdad es que la capacidad de la casa estaba sobrepasada. El alcalde de la época le pasó en comodato un antiguo retén de Carabineros que estaba en muy malas condiciones y que funcionaba como centro cultural. La familia y los amigos ayudamos a botar paredes, poner alfombra y algunos muebles. El museo se inauguró el 9 de enero de 2001, en lo que hoy es el Centro Cultural de Angol.
Una noche de 2007 comenzó a sonar la alarma de incendio. Mi papá salió en pijamas y con pantuflas. Llegó antes que los bomberos. El museo se estaba quemando. Dos días antes, el Fito le había contado a mi mamá que había soñado con el edificio lleno de polvo. Sabía que algo malo iba a ocurrir.
Yo estudiaba fonoaudiología en Concepción y me desperté esa madrugada. Sentí una angustia enorme y lo único que quería era estar en Angol. A los minutos me llamaron para contarme que el museo estaba ardiendo.
Con ayuda de algunos angolinos, a las tres de la mañana, lograron sacar parte de los libros de la biblioteca a la calle. Cuando el Fito quiso entrar al museo donde estaba el depósito y los archivos, las llamas no lo dejaron. Ya cuando amagaron el incendio, el capitán de bomberos subió a mi papá a una escalera. El fuego paró en línea recta y el museo se salvó. Los bomberos nunca habían visto algo así.
Los alumnos de electrónica de mi papá se dedicaron a hojear los libros varias veces al día para que se ventilaran y no se perdieran. Así se salvó gran parte de la colección.
El museo Julio Abasolo Aldea
Tras el incendio, mi papá pidió auxilio. El alcalde entregó este espacio: la Escuela España de Lenguaje que tiene veinticinco alumnos. Había sido un hogar, luego un centro de perfeccionamiento y ahora se transformaba en el museo “Julio Abasolo Aldea” que se llamó así en memoria de un literato y radiodifusor que fue mentor del Fito.
Los archivos se trasladaron en un camión municipal a este edificio que tuvo que ser parado nuevamente. Mi papá selló las ventanas del segundo piso y adaptó los ventanales como vitrinas. Los letreros en cartulina que ves los hizo él con sus propias manos. Fue lo que pudo hacer con los medios que tenía.
Carabineros incauta la colección de armas
En 2020 comencé a trabajar con mi papá. Llevaba tres días cuando nos incautaron las armas. Fue un 6 de marzo. Habíamos recibido una orden de Carabineros para que regularizáramos las armas. Mi papá tenía carnet de coleccionista de armas, pero querían que inscribiéramos las armas, lo que costaba como 6 millones de pesos. Nos pedían gastar 6 u 8 millones de pesos cuando se nos goteaba el edificio. ¡Era ridículo! Cómo podíamos acreditar la procedencia de armas que se usaron en la Guerra del Pacífico.
Ese día entraron diez carabineros armados del O.S.9 -departamento encargado de investigar organizaciones criminales-, al mando de un capitán que dice que viene a incautar las armas. Mi papá que ya se había negado a entregar las armas una vez, le pidió la orden del fiscal. El capitán contestó que tenía una orden verbal.
El capitán hablaba de armas de fuego y nosotros de piezas patrimoniales. Tenían más de 70 años por lo que eran piezas de colección. Era de locos.
Detienen a Fito por tenencia de armas
El trato no fue malo, pero yo fui muy desagradable. Después de dos horas de discusión, mi papá estaba agotado. Se sentó en el sillón y bajó los brazos. Cuando lo vi así, me preocupé. Le dije al capitán que sacara lo que tuviera que sacar, que lo hacía por mi papá que sufría de un cáncer terminal.
En ese momento, él me dice que lo debe detener. Como lo vio débil, me dejó que lo llevara a la comisaría en mi auto. Cuando llegamos, las armas ya estaban puestas como evidencia. En las redes sociales de grupos de derecha salió la foto con el título: “Gran incautación de armas a un individuo de Angol”. Tuvieron la imagen antes que nosotros. Carabineros también subió la misma foto: “Incautación de 32 armas a un individuo de la ciudad de Angol”.
Nos rechazaron el recurso de protección en primera instancia y nosotros apelamos ante los tribunales de Temuco y Santiago. En eso estábamos cuando salió la declaración de que las armas eran una colección patrimonial. Eso provocó que la Fiscalía diera una voltereta en 180 grados y después de siete meses nos devolvieron las armas.
Cazuela en Las Muñecas
Mi papá tenía cáncer de próstata, con metástasis en los huesos. Sobrevivió ocho años. Murió a los 73 años, en marzo de 2022. La pandemia fue una bendición porque nos permitió estar juntos, comer rico y relajarnos. Los dos últimos años estuvimos físicamente muy unidos.
La primera vez que fue a la sesión de quimio en Temuco, íbamos los cinco, no sabíamos cómo iba a quedar. Apenas salió, mi papá nos dice vamos a comer una cazuela donde Las Muñecas de Ñielol, una picada famosa que hay en esa ciudad. Durante todo el tratamiento, siempre terminamos con una cazuela donde Las Muñecas.
Nos equivocamos con él medio a medio. Le hicimos una fiesta de despedida en 2014 y él siguió funcionando y con ánimo. Apenas podía, se iba al segundo piso del museo, donde están sus archivos. El murió muy calmo, con la misma templanza de siempre.
Hay personas que han llorado
El museo se mantendrá abierto, mientras el dinero lo permita. Estamos en una situación crítica. El sueldo de mi papá era bajo, pero alcanzaba para funcionar. A veces pasaban “estrellitas” y alguien dejaba 100 lucas. Ahora, esas ayudas no están. Acá no tenemos timbre en la puerta y menos internet o computador. Trabajo con mi notebook.
Siempre nos han dicho que somos particulares, pero prestamos un servicio a la comunidad, mantenemos abierto el museo y nunca hemos cobrado entrada. Parte de nuestra historia, de la historia de Chile, está acá, pero no entienden. ¿Será ignorancia? No lo sé, lo que sí sé es que hay desinterés y desidia.
No hay dos Fito Gallegos en este mundo. Yo me demoro dos o tres semanas en encontrar una información, a mi papá le tomaba no más de una hora enviar lo que le pedían escritores, investigadores o historiadores. Todo estaba en su cabeza.
Hay personas que llegan acá y han llorado. Les sobrecoge las condiciones en que están las cosas. Algunas se cubren con nylon para protegerlas de la lluvia. Mi preocupación es lograr que este año el museo no se gotee”.